top of page

Mi experiencia en Nueva Zelanda​

 

Mi tiempo en Nueva Zelanda ha sido de lo más variopinto, y en realidad necesitaría mucho más que un artículo para hablar de éste país y mi tiempo en él. Sin embargo, describiré de manera resumida mi experiencia en Nueva Zelanda.
Todo empezó hace ya unos años, desde siempre había tenido éste país en mente, ya fuera por la montaña, la posibilidad de aventura, el rugby, la cultura Maori que siempre me había fascinado, etc. Así que finalmente, después de salir de España en noviembre de 2011 y pasar un mes en Vietnam, en Nueva Zelanda me planté, Auckland city allá vamos.

Para comenzar mi aventura kiwi, me hice con un par de mapas, algo de comida de supervivencia, me monté en una bicicleta y empecé a dar pedaladas durante 42 días de norte a sur del país, de Auckland a Dunedin, 2350km. Sin duda alguna, puedo decir ya que el hecho de viajar en bicicleta como primer contacto para conocer el país, es lo mejor que pude hacer durante éste año. Y no por lo que he visto o he dejado de ver, ya que por otros medios hubiera visto más “cosas”, sino por lo que uno siente al viajar de ésta manera. Cada segundo que pasa, cada metro recorrido, la brisa del aire, las rampas arriba y abajo, y el esfuerzo que uno debe comprometer para éste tipo de viaje lo pinta todo de un color diferente. El hecho de alcanzar un lugar mediante tu propio esfuerzo, por muy turístico o salvaje que sea, no tiene comparación. El destino no es el objetivo sino todo lo que conlleva para llegar hasta él. En muchos de estos maravillosos lugares me encontré con muchas caravanas turistas, todos ellos sonreían, pero mi sonrisa era más intensa. En el apartado 3 de Nueva Zelanda, podéis encontrar mis vivencias del día a día sobre la bicicleta a modo de diario (New Zealand 3).

 

Nada más acabar la aventura en bicicleta, a finales de enero, el mejor regalo me esperaba en Dunedin, mis padres. Una visita fugaz de una semana que supuso un impulso de energía enorme para continuar con el viaje. Ellos volvieron para España y yo me quedaba de nuevo “sólo ante el peligro”. Llegó entonces el momento estelar de “Patéticos por el mundo”, un viaje por carretera estrepitoso protagonizado por Esther de Barcelona, Esther la madrileña, y el menda mallorquín. ¿Para dónde vamos? Venga hacia el norte, que no que para el sur, anda coge carretera y ya veremos. Y así, en mi querido Mazda Wagon del 96 y Manolito como banda sonora (García), tres personajes recorriendo la isla sur durante mes y pico, con los pies pestosos por fuera de la ventana y sin rumbo fijo, disfrutando del aire fresco, tirándonos de los pelos de vez en cuando y adentrándonos en los rincones más inhóspitos de la tierra de la larga nube blanca.

Todo iba viento en popa, hasta que un cierto día miré el resto de mi presupuesto y empecé a reír, por no llorar. Alarma, necesitaba trabajar. Esther la catalana se fue para Hong Kong, Esther la madrileña de vuelta a casa, y yo directo a la ciudad en busca de oro. Christchurch, demolida por el terremoto hace un par de años, es la elegida. Y así fue, con la intranquilidad de estar bajo mínimos, allá por marzo puse un pie en una empresa de trabajo temporal, y casi me arrancan el brazo para empezar al día siguiente. Muy parecido a la situación actual en España. El trabajo que me tocó fue algo que nunca había visto antes, y consistía básicamente en meterme en los ríos de la ciudad con traje de buzo a cortar maleza de los ríos con espadas samuráis, vamos algo parecido. De paso pescar también alguna anguila para cocinarla luego al fuego con mis compañeros maoris, buenísimo. El trabajo no estaba nada mal,  me permitió conocer a auténticos locales y recuperar mi economía para poder seguir con mis viajes. Clifton, Erik, Patrick y Chris, el mejor grupo que me podía tocar.

Allá por junio, después de muchos intentos para conseguir un trabajo en la montaña, recibí una llamada que cambiaría el rumbo de mi viaje. Mt Dobson es una estación de esquí muy familiar, rural diría yo, nada que comparar con los gigantes de los Alpes o las rocosas. Tres remontes más que suficientes para gozar de las vertientes del pico Dobson, sin romper por completo el espíritu libre y natural de la montaña. Uno de los remontes funciona con un antiguo motor Rolls Royce de un camión de los 60, y todo ello posible gracias a una mezcla entre McGyver, cocodrilo Dandi y Hulk, Mr Peter Foote. Un tal día allá por los 60, el chico paseaba por la montaña y dijo, aquí voy a montar una estación de esquí. Dicho y hecho, y tras cuatro años abriendo los 15km de la carretera de acceso con sus propias manos y un bulldozer, abrió puertas al público. Y a lo que iba, ahí estuve trabajando como operador de telesilla, rodeado de nieve, montaña y buena gente. Mi viaje continuaba por buen camino.

El invierno llegaba a su fin, y era momento ya de pensar en mi siguiente movimiento por el mundo, pero no sin antes dar otra vuelta a modo de road trip con mis amigos del invierno. Así que allá por octubre, nos lanzamos a la carretera de nuevo, con el mismo carruaje, dispuestos a descubrir los últimos rincones de ésta salvaje y preciosa isla. Nuevos protagonistas me acompañan ésta vez, Morgane y Marion de los Alpes franceses, y Jerome, de los Alpes suizos.

Mi tiempo en Nueva Zelanda se terminaba, y llegaba el momento que elegir destino para continuar mi aventura por el mundo. Las posibilidades se barajaban entre ir directamente a algún país de Asia, ir a alguna de las pequeñas islas del pacífico o echar un vistazo durante un par de meses en la vecina Australia. Me decanto por Australia, que aunque no me llamaba mucho la atención, era la salida más barata del país, y debía decidir con rapidez. Así que después del viaje por carretera, decidí volver a mi antiguo trabajo en la ciudad durante mi último mes en Nueva Zelanda, para preparar mi viaje y marchar con algo más de seguridad económica, ya que mi visado para Australia no me permitía trabajar, legalmente.

Y ésta es mi breve pero intensa historia sobre mi tiempo en Nueva Zelanda. Enamorado de ésta tierra me marcho, mirando atrás con melancolía sin ni siquiera haber despegado, recordando cada momento vivido con intensidad y alegría, y sintiendo la energía de lo que está por venir en mi camino sin rumbo. Con un hasta pronto me despido de mi querida tierra de la larga nube blanca, me encantaría poder sentirte durante más tiempo, pero muchas otras tierras me esperan ahí fuera y corto es el tiempo del que dispongo. Ya me conoces, no soy hombre de una sola tierra, te echaré de menos, pero tarde o temprano nos reencontraremos.

bottom of page